Biblioteca Popular José A. Guisasola

Educar para la vida





Escribe: Eugenio Enríquez
Psicólogo-educador colombiano; Magíster en Educación, Universidad Javeriana, Cali, Colombia.
Docente en: Universidad Santiago de Cali, Instituto de Educación Empresarial IDEE, Institución San José, Cali, Colombia.


Mi madre fue maestra rural y, cuando me contaba su vida, su relato más sentido y conmovedor era el de su tiempo de maestra, desde el primer día de su labor docente en un pequeño poblado. Ella, con sus 17 años, dijo adiós a mi abuelo que la acompañó hasta el mirador más cercano y, antes de que él la detuviera, preocupado por la incomodidades que su hija iba a tener en su primer trabajo, ella espoleó el caballo y dijo adiós sin volver a ver, temerosa también de sucumbir a la mirada protectora del padre. Mi madre sabía que su proyecto existencial tenía que ser superior a las dificultades y tentaciones.

En mi cama de niño le escuchaba lo difícil que resultaba que algunos alumnos aprendieran a escribir, porque sus manos rudas de labriegos no tenían la flexibilidad que exigía el manejo del lápiz; y cómo ella, en una paciencia sin límites, inventaba un cuento o un canto para cada letra y, tomándoles las manos con las suyas, iba guiando cuerpos y mentes por el sendero de la escritura. En mi cama de niño le escuchaba, mientras llegaba el sueño, cómo ella pensaba y pensaba, en las noches de abundantes estrellas, su trabajo del día siguiente.

La vida es la maestra por excelencia y a veces la rudeza de las circunstancias nos hace aprender cosas que existen aunque no están escritas, tal vez ni siquiera pensadas.

Corrían los años de la guerra mundial y, mientras se gestaba el amor de mis padres en las tranquilas tierras del sur del país, en la Europa lejana de entonces dos hombres compartían con sus coterráneos el dolor de los campos de prisión y luchaban, día a día, por mantener el coraje de vivir. Con el tiempo, mis estudios de Psicología me llevarían a conocer sus trabajos sobre la supervivencia y el sentido de la vida: Víctor Frankl, el de La voluntad de sentido y Bruno Bertelheim, el de El corazón bien informado.

Alguien dijo que lo difícil requiere de todo el esfuerzo y lo imposible algo más. El coraje es el valor de ser y hacer a pesar del miedo. Por otro lado fue el gran Freud quien dijo que una de las tres cosas imposibles es educar. El coraje es la virtud que necesitamos para hacer lo difícil y lo imposible.

En el cuento "Las ruinas circulares" Jorge Luis Borges narra la historia de un hombre que tenía un sueño: hacer otro hombre. Para ello llegó al más remoto de los sitios, lleno de ruinas y con una mínima posibilidad de sobrevivencia. Se dedicó a pensar y pensar, convocó todas las energías de su cuerpo y de su espíritu, para plasmar su deseo. Agotó su propio cuerpo en el intento, se olvidó de cualquier otra pasión, solo vivió para ese imposible.

Hacer otro hombre es la utopía del maestro. Hacer otro hombre como él para que pueda ser distinto a él. Construir una casa para que otro ser viva en ella. Dar toda el alma para que el alma del otro pueda volar sola. Decirse adiós a sí mismo para que el otro pueda despedirse.

El maestro es también una reserva. Por su mente pasó la juventud con sus anhelos y pasiones. Se alimentó de las fuentes de sabiduría que tiene la vida y albergó la riqueza del conocimiento, los valores, la filosofía. Después ya puede irrigar en los nuevos surcos que le entrega el tiempo de la madurez.

Para que el trabajo sea sólido, rico y estético, el maestro necesita construir un puente testigo entre las generaciones. No puede enunciar simplemente lo que otros ya dijeron. Lo que le ha sido dado debe asimilarlo y transformarlo. "Aquello que has heredado de tus padres, trabájalo para que sea tuyo", dice el Fausto de Goethe.

El proyecto de vida del maestro implica la superación del miedo al conocimiento siempre renovado, a la gente y a los signos de los tiempos. El alumno, siempre nuevo, le exige estar alerta y dispuesto. El maestro no puede decir "yo ya sé" porque siempre será más lo que le falta que lo que tiene.

El coraje de ser maestro implica la humildad para reconocer la incompletud. Y para reconocer que, sólo allí, en el acto educativo, se puede dar un momento de completud transitorio, para renovar luego la carencia. Por esto, el proyecto de vida del maestro implica una apertura a la grandeza.

Tampoco puede un maestro con coraje existencial, asumir su puesto como un lugar de poder. Sería pusilánime utilizar el saber para erigirse un monumento sobre el pedestal de la ignorancia. El verdadero sabio no denigra del recién llegado ni lo apabulla con su evaluación. Ese lugar lo deja para quien trata de compensar su propia inseguridad con una ostentación de fuerza.

La vida interior del verdadero maestro será siempre fuerte y vital, menos interesada en la imagen y más en la espiritualidad. Tendrá todos los días un poco de eternidad, más allá del tiempo del envejecimiento. Como dice Fallon en su poema Las Constelaciones: "al decaer los pétalos, espárcese el perfume..."

Fue Homero quien logró crear una hermosa mejor versión de la espiritualidad del maestro cuando hizo encarnar a la diosa Atenea en el cuerpo del anciano Mentor. El viejo amigo que acompañaba a Telémaco en la búsqueda de su identidad y de su proyecto de vida, escondía tras las arrugas de la frente el esplendor y la belleza del espíritu de la sabiduría.



Ilustración: Maestra de Horacio Gatto
http://www.horaciogatto.com.ar/

Fuentes: Contexto educativo: revista digital de investigación y nuevas tecnologías, ISSN-e 1515-7458, Nº. 3, 2000. Tomado de: PEQUEblog1» GUÍA DE LECTURA



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Créditos: Garabatos sin © (Adaptación de Plantillas Blogger) Ilustraciones: ©Alex DG ©Sofía Escamilla Sevilla©Ada Alkar

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