Biblioteca Popular José A. Guisasola

Educar para la vida



Cuento» La coneja Pirula,
de Marta Giménez Pastor


Pirula, la conejita, iba a la escuela del maestro Repollo, un conejo con anteojos y largos bigotes que sabía contar hasta diez y escribir “mi mamá me mima”, “ese oso sale solo” y “papá me ama”. Por eso Don Repollo estaba considerado como el mejor maestro del bosque y su escuela estaba repleta de alumnos.

Todos los días, frente al árbol donde Repollo tenía su madriguera, se formaban en fila el castor Juanito, la liebre saltarina, el osito Toto y Chela, la tortuga. Todos con delantal bien planchado, las uñas bien cortadas y los pelitos bien peinados. Algunos llevaban una pizarrita y tizas de colores, otros un cuaderno y un lápiz. Pirula, en cambio, sólo llevaba un sándwich de zanahoria y un caramelo de leche guardados en una bolsita con su nombre, porque ella... ¡iba al Jardín de Infantes!

Como era la más chiquita, siempre quedaba última en la fila y a ella le encantaba ese lugar porque la última era la que retiraba el felpudo y cerraba la puerta cuando entraban a clase.

La escuela de Don Repollo funcionaba en invierno y descansaba en verano como todas las escuelas, por eso las niñas y los niños, además del delantal, tenían que ponerse alguna prenda de abrigo para no sentir frío por el camino.

Juanito el castor llevaba una bufanda larga envuelta en el cuello de manera que apenas se le veía la nariz, la liebre saltarina usaba guantes peluditos y la tortuga se ponía el tapado de lana que le había regalado su abuelita.

A Pirula su mamá le había tejido un precioso gorrito, para que no sintiera frío en las orejas, y unos escarpines bien gruesos para que no se le mojaran las patitas en la escarcha.

Aquella mañana hacía frío y también corría un fuerte viento que hacía hamacar las ramas de los árboles de aquí para allá y de allá para acá... Pirula iba muy apurada camino a la escuela cuando, de pronto, una ráfaga de viento pasó haciendo ¡sszzuuummm! y le arrancó el gorrito.

–¡Eh...! ¡Mi sombrero! –gritó Pirula, pero el viento no le hizo caso y se lo llevó lejos. La conejita corrió detrás de él y cuando ya estaba por alcanzarlo, otra ráfaga hizo ¡shhhfff! y el gorrito se escapó quedándose enganchado en la rama de un pino.

–Por suerte es una rama baja –pensó Pirula y parándose en la punta de las patitas trató de recuperarlo, pero tampoco lo logró.

–¡Quizás dando un saltito lo alcanzo! –se dijo. A ver, ¡a la una, a las dos y a las....!

Pero ¿Qué pasó? ¿A dónde se iba su sombrerito volando sin detenerse?

¿Saben qué había ocurrido? ¡Un gorrión se lo llevaba en su pico hacia las últimas ramas de un alto árbol!

–¡Pare, señor, pare! ¡Ése es mi gorrito! –gritó Pirula que ya empezaba a ponerse nerviosa pues oía que don Repollo ya estaba tocando la campana de entrada y a ella no le gustaba llegar tarde a clase.

Como el pajarito no le contestaba ni pi ni pa, Pirula amontonó varias ramas contra el árbol a manera de escalera y se subió por ella para reclamarle al gorrión su sombrero de lana.

Pero cuando llegó a la parte más frondosa del árbol no pudo hacerlo, porque con gran sorpresa encontró cuatro pichones muy acomodados en el gorrito como si éste fuera un nido.

Pirula intentó protestar, pero mamá gorriona no le dio tiempo, pues enseguida se puso a pedirle disculpas y a darle toda clase de explicaciones con respecto a sus hijitos que eran muy friolentos, muy mimosos y que patapín y que patapán...

Además, le regaló unas cascaritas de huevo que tenía guardados para que se entretuvieran los pichones mientras ella se iba a almorzar.

–Tomá –le dijo– para que juegues a la rayuela con tus compañeros de escuela.

Convencida, la conejita le dijo:

–Bueno, está bien, te lo dejo en préstamo. Pero en la primavera, cuando tus hijitos ya no sufran frío, me lo devolvés.

Entonces, muy contenta, bajó apuradísima porque la campana de la escuela comenzó a sonar otra vez.

Apenas había avanzado unos metros cuando comenzó a sentir frío en las orejas. Pero como las conejitas siempre encuentran solución a todo, se sacó los escarpines peluditos y se los calzó en las orejas.

–¡Ah! ¡Ya está! Así las llevaré bien abrigadas. ¿Y en las patitas qué me pongo para no resfriarme?

–En las patitas... ¡dos lindos zuecos de cáscara de huevo! –opinó el papá gorrión desde lo alto de un árbol.

–¡Oh! Tiene razón... ¡Qué bien me quedan! Y todavía me sobran dos para jugar a la rayuela –dijo Pirula.

FIN


El cuento La coneja Pirula, lo escribió Marta Giménez Pastor y lo editó Sigmar en 1978.



Visto y leído en:
Cuadernillo de actividades para la Continuidad Pedagógica -Educación Inicial- ACTIVIDADES PARA REALIZAR EN EL HOGAR
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VIDEO: «La coneja Pirula» (Romina Silva - YOUTUBE)
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Créditos: Garabatos sin © (Adaptación de Plantillas Blogger) Ilustraciones: ©Alex DG ©Sofía Escamilla Sevilla©Ada Alkar

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